jueves, 11 de mayo de 2017

Mi primera vez

Tenía 10 años. Cursaba quinto de EGB. Era un buen estudiante. Nada empollón, pero sí es verdad me costaba menos que a la mayoría aprenderme una lección o prepararme un examen. Esa facilidad me permitía dedicar más tiempo a lo que más me gustaba entonces: jugar con mis amigos y practicar deporte. Supongo que como al 99 por ciento de los niños con esa edad. También me gustaba leer tebeos. Eso sí, nunca antes me había dado por escribir, exceptuando las parrafadas que ya soltaba en las tarjetas de felicitación, que no podían faltar en mi casa cuando llegaba la Navidad o un cumpleaños.

Todo cambió una tarde. Lo recuerdo perfectamente. Estaba sentado en el escritorio de mi habitación dándole vueltas a cómo resolver la tarea que nos había mandado nuestra profesora, la señorita Aurora: escribir un cuento. Teníamos libertad absoluta, exceptuando el límite que nos marcaba un plazo de entrega que vencía al día siguiente. Me podía el agobio. No se me ocurría nada. Estaba bloqueado, así que decidí buscar inspiración en la colección de libros que había heredado de mi hermano mayor. Y la encontré. Vaya si la encontré. El segundo que saqué de una de las estanterías fue el que se puede ver en la imagen que ilustra esta entrada: Misterio de la cueva de los lamentos. Forma parte de la colección 'Alfred Hitchcok y los tres investigadores'. Aún hoy en día es posible encontrarlo en alguna librería de viejo o en plataformas digitales donde se venden libros de segunda mano.

No lo había leído ni nadie me había hablado de él. Pero su portada fue mi salvación. Me llamó la atención el dibujo con esos tres niños descubriendo asombrados una calavera dentro de una cueva. Activó un resorte dentro mi cabeza, y mi imaginación se disparó y empezó a funcionar a gran velocidad. Especulé sobre el motivo por el que estaban allí y qué andarían buscando esos chicos. Empecé a escribir y la historia brotaba sola: los detalles, los personajes, sus nombres, los diálogos, lo que les pasaba... No leí ni una sola línea del libro, me bastó esa portada para montar la historia. Fue una experiencia maravillosa que se prolongó durante unas dos horas. El impacto fue tal que todavía hoy, más de tres décadas después, la sigo recordando como si me hubiese ocurrido ayer. Se me escaparon, incluso, un par de gritos de emoción. A mí, a ese niño tan comedido para todo como era yo por aquel entonces.

Al día siguiente entregué mi tarea -mis siete hojas escritas a mano- con orgullo. La espera después hasta que la señorita Aurora nos devolvió el relato con la nota puesta se me hizo eterna. No estoy seguro, pero creo que tardó más o menos una semana. Y ahí estaba: un 10 bien grande y dentro de un círculo rojo en la parte superior derecha de la primera hoja. Y al final un comentario corto. No recuerdo lo que decía exactamente, pero sí que me felicitaba por el resultado y me animaba a seguir escribiendo. Pocas veces me he sentido tan bien.

Como decía, han pasado mucho años de aquello. 36 para ser exactos. Para mí fue, sin duda, una de esas experiencias que dejan huella. Hice caso a la señorita Aurora y escribí más cuentos. Muchos. Sin que ella ni nadie me lo pidiese. Los guardaba todos en una carpeta azul en el fondo de un cajón. Era como mi tesoro más preciado, más íntimo. Disfrutaba haciéndolo. Como también lo era jugando al fútbol o al baloncesto.

Poco después, con 11 años, decidí que quería estudiar periodismo en Madrid. Lo tenía muy claro. Y así lo hice llegado el momento. Ya en la universidad, en segundo curso, empecé a colaborar en un diario de tirada nacional, el ABC. Apenas tenía 19 años y yo sentía que estaba viviendo un sueño. ¡¡Mi firma en artículos del ABC!! Escribía, informaba, contaba historias... Y me acordaba de doña Aurora y su consejo.

Tras casi cuatro años años allí vinieron otros periódicos: Diari de Tarragona, La Gaceta de Salamanca, La Voz de Jerez (Vocento)... Calculo que habré firmado más de 4.000 artículos, entre noticias, reportajes, entrevistas, análisis y apuntes de opinión, en mis más de cinco lustros de ejercicio periodístico. Da vértigo solo pensarlo. Y tres libros: uno secuestrado judicialmente, otro publicado y un tercero ya cocinado. Echo la vista atrás y me siento bien. Porque he hecho lo que me gusta. Me he pasado la vida escribiendo y lucharé por seguir haciéndolo. Es lo que quiero. No sé si lo hago bien, mal o regular, pero es lo que me gusta. Hay veces que no sé expresarme de otra manera. Siempre he pensado que quizá por eso me veo tan reflejado en el personaje de Unax Ugalde en una de mis películas preferidas, Báilame el agua. Como le sucede a él, un papel y un lápiz son a veces mi mejor refugio.

De vez en cuando veo a doña Aurora por Rota. Nos saludamos con cariño, hablamos y nos ponemos al día de nuestras vidas. Pero nunca he sido capaz de contarle nada de esto. Creo que debería hacerlo. Le daré también las gracias. Tampoco lo he hecho nunca.

También buscaré esa carpeta azul con mis cuentos la próxima vez que vaya a casa de mis padres. No sé si la encontraré. Ni siquiera sé si sigue existiendo. Prometo que si la encuentro, colgaré ese cuento en este blog.

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